El agente transformador de la vida de una persona no es un rito ni una religión, sino Jesucristo. El es el cambio. Por todos lados, y a lo largo y ancho de la historia, se suceden serias, increíbles y hasta irrespetuosas referencias hacia su persona. Ciertamente, es el responsable principal de interminables y ocurrentes ideas, como de posiciones dinámicas y también intransigentes, para influir de modo indiscutible en el arte, la música, la política y la cultura en general. Se lo ame o se lo odie, se lo acepte o se lo rechace, se lo siga o se lo persiga, ya nadie niega su persona, su obra, su influencia y su aporte relevante e inigualable al bienestar de los seres humanos, demostrando que, si se cambia el corazón al individuo, cambiará la sociedad y la convivencia entre aquellos que la integran.
Es el Efecto Jesús. No es religión, es relación. No es fanatismo, es decisión. No es rito, es gratitud. No es muerte, es vida. No es condena, es libertad. No es odio, es amor. No es desprecio, es aprecio. No es lejanía, es cercanía. No es burla, es dignidad. No es guerra, es paz. No es pelea, es acuerdo. No es templo, es vivencia diaria. No es noche, es día. No es tiniebla, es luz. No es incertidumbre, es seguridad. No es imperio, es incremento. No es gobierno, es efecto. No es emperador, es Rey de Reyes y Señor de Señores.